Tenía ganas de reencontrarme de nuevo con la prosa de Luis Roso, y con un nuevo caso de su inspector Trevejo, puestos a pedir, un completo por favor. Cuando cayó en mis manos Aguacero poco podía imaginar que este joven escritor se convertiría en uno de mis autores de cabecera, me gusta como escribe y las épocas en las que ambienta sus novelas. La forma en la que traza sus personajes, y las distintas personalidades que les otorga, su prosa directa, la construcción de los diálogos. Los guiños que se encuentran en sus novelas.
de Salamanca y en Filología Inglesa por la Universidad Autónoma de Barcelona. Su primera novela, Aguacero, fue elogiada por la critica y galardonada con el premio Tuber Melanosporum en el festival Morella Negra a la mejor novela negra novel del año 2016. A esta le siguió Primavera Cruel, publicada en el 2018. Actualmente trabaja como profesor de secundaria.
En las Navidades de 1968, el cuerpo de la joven Rebeca Sanromán fue hallado en una laguna helada de las inmediaciones de un pequeño pueblo de montaña al norte de Burgos, sin que se hallara nunca al responsable de su asesinato.
Diez años después, dos reporteros de un diario provincial viajan hasta el lugar para escribir un artículo sobre el crimen: Miguel un periodista de raza, formado en los años más oscuros del franquismo, y Esmeralda, una joven idealista criada a la sombra de sus estricto padre.
La investigación periodística, que se preveía anodina, pronto se convertirá en una compleja trama en la que Miguel y Esmeralda verán peligrar sus carreras profesionales y hasta sus propias vidas, mientras que el país entero bulle por los vertiginosos cambios políticos y la violencia desatada en los primeros años de la Transición democrática.
Mis impresiones:
Nos encontramos ante una novela policial aunque su protagonista no sea un policía, a través de la investigación periodística de un crimen sobre el que todos guardan silencio para de una forma u otra proteger a alguien querido, o por que un día aceptaron dinero a cambio de su silencio. Luis Roso consigue transmitirnos la opresión del mundo rural, del que dirán, la esclavitud de ser observado por todos y cada uno de los vecinos. Un mundo cerrado, agreste, árido como la aldea en la que vivía Rebeca y sigue viviendo su tío, único habitante desde hace años.
Aunque no se puede considerar una novela rural, porque el pequeño pueblo es uno de los muchos enclaves en los que transcurre la novela, el autor plasma los males endémicos de la España vaciada en las quejas de sus personajes secundarios. Se sienten olvidados por la administración, sin calidad de vida y con las mínimas comodidades y así los jóvenes se van, abandonan el pueblo y vuelven lo menos posible. La nieve, el silencio, el camino áspero hasta Las Sabinas, esa mentalidad tan cerrada, Luis Roso maneja a través de esas descripciones la opresión que Rebeca Sanromán sentía en su pueblo, como se le quedaba pequeño y la ahogaba como al resto de jóvenes, solo que ella no tenía muchas oportunidades para escapar.
Me gustan las novelas de periodistas y no suelo tropezar con muchas. Me ha gustado ver reflejada la realidad socio-política española a través de la prensa, de las noticias que se publicaban tanto en España como las que llegaban del extranjero, nuestro país era un polvorín y no éramos conscientes de ello, los acontecimientos se sucedían a una rapidez que no siempre era posible plasmarlo en las páginas de un periódico, pero esa inmediatez se ralentizaba lejos de la capital, donde no siempre llegaban todas las noticias, donde aprehender la realidad a veces era muy complicado. He disfrutado en la redacción del periódico, en la cueva del director y hasta en el archivo, que es el alma de todo publicación periódica de antaño. Me ha deleitado la frescura y lozanía de Esmeralda en contraposición a la sensatez y cautela de Miguel.
Muchos son los temas que tienen visibilidad en este libro, nos encontramos ante una época convulsa, la apertura de España todavía es tímida, Miguel la mira con mucho optimismo pero con los pies en el suelo por que no espera cambios muy bruscos, ETA siembra el terror en el País Vasco, pero también fuera de él, las prebendas que el franquismo repartió siguen funcionando, sobre todo en los pueblos pequeños donde parece que todo sigue igual y tenemos a un cacique que se conduce como un pequeño dictador, haciendo uso de los bienes y el dinero publico en su beneficio, pensando que todo va a seguir siendo igual, que a pesar de todo los cambios no van a llegar. El rol de la mujer en el mundo rural donde están condenadas a hacerse cargo de sus mayores a cambio de unas pocas migajas con las que los varones limpian sus conciencias, en contraposición la independencia de Esmeralda que sueña con librarse de la alargada sombra de su padre y la de Beatriz, la mujer de Miguel que se ahoga en Burgos porque no encuentra trabajo y no es una buena ama de casa. La huelga de futbolistas que logró eclipsar cualquier actualidad política a pesar de que lo que estaba en juego era la sanción de la Constitución. Las primeras huelgas sindicales, los tejemanejes de los empresarios para no ser devorados por el nuevo régimen, la realidad del País Vasco, el impuesto revolucionario, la violencia, y hasta un sicario se toma la justicia por su mano.
Luis Roso se sirve de la narración en tercera persona, a través de la mirada de Miguel, como protagonista único con unos secundarios de lujo. Casi todos los personajes están bien dibujados, con matices psicológicos y físicos muy claros. A Miguel lo aprehendemos por su forma de actuar y a través de sus ojos y de los diálogos vamos conociendo al resto de personajes. Si hay uno que me fascina es, Beatriz, esa mujer independiente, que un buen día tiene que abandonar su trabajo para seguir a su marido, que sacrifica su libertad económica e incluso física, sin grandes alardes, que intenta empezar desde cero en una ciudad pequeña, se empeña en ser una buena ama de casa, y cocinar aunque no ha sido llamada por ese camino. Que comprende a Miguel y lo apoya en todas las decisiones que toma. Beatriz es la mujer menos tópica de la época, pero también lo es Miguel, ese periodista que no me hubiera importado ser, un hombre que respeta las opiniones de su mujer, capaz de ver sus defectos y aún así amarla con más intensidad.
Merece la pena descubrir a todos y cada uno de los personajes pero si hay uno en torno al cual gira toda la novela y conoceremos a través de unos y otros es Rebeca Sanroman, la gran desconocida de esta historia un puzzle que armar. Una muchacha que se ahogaba en un pueblo sin oportunidades, carente de formación pero dueña de una belleza y un físico espectacular. Victima de los dimes y diretes de un pueblo en el que todos se conocen y se ven con el derecho de opinar sobre todo. Rebeca es la gran desconocida y también la gran damnificada de esta historia. Una en la que dos periodistas intentan reconstruir quien fue, y que al tirar del hilo ponen en peligro sus carreras profesionales y algo más valioso aún su vida. Una realidad que merece ser contada, investigada, pero ¿A cualquier precio?. Y ante la falta de posibilidad de contarla en un periódico, Miguel decide embarcarse en novelar la vida de la muchacha para descubrir quién fue y qué le pasó.
De esta forma Luis abre una nueva subtrama, porque Miguel es periodista, no ha escrito nunca literatura y por ese mismo motivo tiene dudas, se atranca, sus personajes no terminan de despegar, sufre el síndrome de la página en blanco, tiene miedo a no ser capaz, a no dar la talla, llega a puntos muertos que algún acontecimiento pone en marcha. Me ha gustado mucho esa parte, su yo autor. He sido capaz de meterme en sus zapatos, de habitarlos para llegar a la conclusión de que no se si sería capaz de algún día escribir una novela, porque tengo sus mismas dudas, me hago sus mismas preguntas, pero sin haber escrito una sola línea.
Aunque la investigación la lleven periodistas no por ello las fuerzas del orden dejan de intervenir. Nos encontraremos con un guardia civil jubilado por las heridas sufridas en un atentado de ETA y con un inspector de policía poco convencional, obcecado en una línea de investigación, sin ser capaz de atender a razones ni abrir otras líneas. Ambos le otorgaran a la trama otra visión, abrirán nuevos campos de investigación, harán que nuestro protagonista pase por momentos que desearía olvidar y que nuestra joven reportera se crezca ante las dificultades sin tener demasiado en cuenta el sentido común.
Unas fuerzas del orden en plena reestructuración en las que el viejo orden convive con la apertura y que crea unos dualismos a veces difíciles de entender.
Luis Roso nos regala una novela documentada y al mismo tiempo cocinada con tanto mimo que esta se ensambla en la narración y en los diálogos de la forma más natural. Hay tantos claroscuros en la época en que ambienta que intenta no profundizar demasiado, no meterse en charcos que puedan empequeñecer la historia de ahí que utilice esa tercera persona, en lugar de la primera a la que nos tenía acostumbrados en Aguacero y Primavera Cruel, de ahí que sea menos descriptiva, a pesar de que logra transmitir la opresión del mundo rural y también el miedo que sienten tanto el guardia civil como nuestros periodistas, la desazón del empresario que teme que todos sus logros se queden empañados, la culpa que siente Mario.
Conclusión:
En estos días en los que viajar no es una opción la literatura nos da una vía de escape, un plan inmejorable, así que si te apetece trasladarte a la España de finales de 1978 y principios del 79, si te apetece embarcarte en una investigación periodística en la que la acción y los diálogos mantienen al lector enganchado a la trama, sin duda, Durante la nevada es una buena elección.
Una mirada impersonal al mundo rural, a sus rémoras de antaño y de ahora, aunque parece que con la que está cayendo algunas familias jóvenes estén volviendo sus ojos a los pueblos en busca de una mayor libertad para sus pequeños.
Espero haber sido capaz de convencerte para perderte en las líneas de una historia bien documentada, bien tramada y bien finalizada, con personajes bien dibujados y para mi entrañables. Una mirada al pasado más reciente que por edad apenas viví, porque era muy pequeña, pero en el que me gusta perderme en la ficción.